viernes, 30 de octubre de 2009

Capítulo 7 [Esperanza]

Durante la merienda no se habló mucho. Nada más que algún que otro comentario trivial. Mientras bebía casi mecánicamente mi té de Chai, mi cabeza estaba en otro sitio muy lejano a esa sala. A decir verdad, aquel era uno de mis tes favoritos, a diferencia de mi abuela que prefería cosas “mas tradicionales” como les llamaba. En realidad creo que hacía ese té sólo porque yo lo había comprado, sino con suerte tomaría tradicional, o nada. También, comí unas pocas galletas; solo por hacer algo.

Ni bien terminé de beber, me retiré a la habitación sin pedir permiso; un simple “Gracias” bastaría. Entré rápido sin necesidad, agarré mi teléfono de la cómoda y me senté en el sillón. Permanecí unos minutos mirando al vacío, jugueteando con el aparato entre mis dedos. Casi inconscientemente lo abrí y miré la hora. No se que hora era; no le presté atención. Volví a cerrarlo y continué con mi inútil tarea.

Pronto, un sueño extraño comenzó a apoderarse de mi. Apoyé mi cabeza sobre mi mano y sin desearlo cerré los ojos. Estaba perfectamente consciente de todo lo que sucedía a mi alrededor, totalmente atenta a cualquier sonido. Díganme paranoica; pero si yo no estoy alerta nadie lo hará por mi. Durante el sueño es el momento en que se es más vulnerable.

No me agradaba nada estar en ese estado, así que, finalmente reuní fuerzas y me levanté. Todo parecía estar igual.. No. Yo había cerrado la puerta. No podía haber entrado nadie... ¿O si?

Pasé de la habitación al pasillo casi corriendo. Sabía donde encontrar lo que buscaba. Con a misma velocidad subí por la angosta escalera y llegué al ático. Imposible. Es imposible que un reflejo sea borroso. Mi figura se veia difuminada. No disminuí mi velocidad mientras entraba y me dirigía hacia el espejo. Una infinitésima antes de estrellarme contra él, y casi por instinto, extendí los brazo frente mío, teniendo la seguridad de que lo traspasaría.

De un momento a otro, dejé la antigua casa de mi abuela, para sumergirme en un universo líquido plateado. Me cubría completamente. Sabía lo que tenía que hacer: un paso más. Casi flotando, avancé. Al momento en que noté donde me encontraba, me ví cayendo de rodillas sobre la hierba. Un radiante sol cubría los jardines, y apenas una suave brisa hacia oscilar mi cabello. A lo lejos, la torre, y un pequeño roedor blanco corría enérgicamente hacia allí.

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